Se trata de una enfermedad muy frecuente de origen genético (se estima que afecta a dos o tres de cada cien personas) que presenta como síntomas manchas rojas o rosadas, con un tamaño variable, y escamas blanquecinas. Aunque puede aparecer en cualquier etapa de la vida del paciente, es más habitual que aparezca por primera vez entre los 15 y los 30 años.
Existen multitud de manifestaciones (invertida, en gotas, pustulosa, en las uñas, en el cuero cabelludo, etc.) causadas, a su vez, por multitud de factores desencadenantes (rascado de la piel, quemaduras, procesos infecciosos, estrés…).
Al tratarse de una enfermedad de tipo crónico no existe una curación definitiva, aunque sí es posible frenar su evolución y disminuir o hacer desaparecer temporalmente (a veces periodos muy largos) sus síntomas.
Existen múltiples tratamientos eficaces, locales como las cremas, generales como comprimidos o inyectables y físicos como los rayos UVA y UVB o los láseres.
Algunos láseres han demostrado recientemente ser muy eficaces en casos seleccionados. Aunque no curativos, pueden inducir mejorías prolongadas.
Se aconseja un tratamiento de carácter individualizado, en el que se evalúen factores como su desencadenante, estado de salud y edad del paciente, o la severidad de sus síntomas.
Por ello, debe ser el dermatólogo quien evalúe qué tratamiento es aconsejable en cada caso.